miércoles, 31 de octubre de 2018

LA ÚLTIMA NIÑEZ DE MÉXICO


 
LA ÚLTIMA NIÑEZ DE MÉXICO

 Dormía el sonido de las campanadas de la vieja capilla del antiguo cementerio. La niebla envolvía el silencio que contemplaba la Luna llena. Unos pasos se oían en la caseta del viejo enterrador, que yació en soledad una noche de muertos. Las telas de arañas cubrían las ventanas como viejos cristales por donde pasaba el frío viento que las hacía temblar. Una ráfaga  de aire llevó el fuego a una olvidada vela que erguía en una esquela en la que se podía leer: Aquí murió el último enterrador  en los años en que las tinieblas vagaban por las noches oscuras y tenebrosas. Su cuerpo desapareció a media noche en un día de Halloween. 

 Un aullido quebró el ambiente, y el suspirar de un astuto lobo se oía entre las tumbas abandonadas y desahuciadas. La noche se perfilaba en el rímel de la Luna. Las sombras cobraban vida y todo parecía enfrentarse a la realidad. 

 Mientras en la ciudad de México los niños cantaban y saltaban por las carnavalescas calles, una procesión les inquieto, su quietud conmovía al apasionado ambiente que había un segundo antes. Soltaron sus calabazas repletas de caramelos y todos se unieron a aquella intrigante procesión, que allí por donde pasaba cautivaba a todos los niños. Un sinfín de niños formaban largas colas detrás de aquel santo sin nombre que solo llevaba la herramienta de la muerte en su mano derecha. La procesión salió de la ciudad y se dirigió a aquel tenebroso cementerio. Se detuvieron en su puerta y un niño apoyo su mano sobre el robín del hierro. La puerta bostezo sin querer que chirriaran sus bisagras  y se abrió lentamente.  Aquel personaje en forma de muerte se quitó la capucha de su larga bata negra y voló por encima de todos los niños, sus ojos poseían la pérdida de la humanidad, su piel se hundía en sus huesos, parecía que se suspendía en la nada. Los niños se adentraron  en el cementerio, el astuto lobo aullaba y contemplaba como desaparecían en la fría niebla. Y aquello marco los últimos pasos de todos los niños de la ciudad. A la mañana siguiente la ciudad de México se levantó nublada, de un color gris pálido, por donde el Sol no se podía asomar, y sin ningún niño que corriera y jugara por sus calles. Solo una siniestra risa se oía por ellas, antes que la verja de aquel antiguo cementerio se cerrara para siempre y su viejo enterrador desapareciera en aquella caseta en la que solo se abría en la noche de Halloween.





"Y aún se oyen en esta noche, vagar las almas de aquellos niños por toda su ciudad…" 





ANTONIO DE HARO PÉREZ




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