LA NAVIDAD EN TUS MANOS
Iba andando sin miedos, con el helor de mis labios
apoyándose en mis pensamientos, sin articular palabra alguna, pensaba en por
qué la navidad alegraba y entristecía tanto al mismo tiempo. Era sábado, un
sábado de Navidad, de esos que no son un sábado cualquiera, por eso después de estar todo el año
trabajando y pagando mi humilde préstamo para poder vivir con techo, me dirigía
al desahucio de una vieja amiga que hizo que mi niñez no pasará
desapercibida. Ella fue quien me hizo
creer en el amor y en el bien de las personas.
Como todo en la
vida los años le fueron pasando factura y la sociedad empezó a hacerse grande para
ella, no entendía de cuentas y menos de política, ella solo sabía los valores
más importantes de la vida, aquellos que llevamos en el corazón, por eso hoy
era un mal día para ella. La vida no se detiene ni en Navidad.
Ya se oía el eco
de las voces gritando al doblar la esquina y la gente asomada a los balcones, era una
imagen grotesca. Aquella mujer, Matilde para todos los que nos aviamos criado
en este barrio, estaba sentada en la puerta de casa y sobre sus piernas llevaba
una libreta en la que solía escribir unas maravillosas poesías que luego nos
las recitaba cada tarde en la que parecía que la primavera llegará al barrio de
nuevo. De repente, fue como si el tiempo se parará ante nosotros y todos
entremos en el silencio más dulce jamás contado…
Por los senderos
por donde la Navidad responde
llevando el aliento de la alegría.
Buscando entre los
cascabeles de la vida
el camino que te guie a la felicidad
Descubres un viejo
trineo
que sobrevuela el arcoíris
de los mundos en los que encuentras
todo aquello que amas, amaste y amarás.
Por donde la fe
baja cada Navidad
descubriéndonos el cielo
ese cielo que llevamos dentro
ese cielo en el que están nuestros adentros
Se oyen los viejos
villancicos
que canta el viento
y alegran los momentos.
Era ella con su
voz quebrada por la edad, pero con esa magia que llevaban sus palabras, el
tiempo es la cuestión de nuestra existencia, esa maravilla que solo los años
nos la da y nos la quita.
Se oyeron unas
sirenas que partían el silencio en trocitos de lágrimas que se deslizaban por
nuestras caras, hubo poco más: unos chillidos, algunos empujones y ya la calle
quedo desolada, sin sentir aquella presencia que tanto había llenado de
alegrías a todos los que allí vivían.
Solo se supo que
aquellos policías luchaban por nada, con sus ojos cristalinos alzaron aquella
anciana y la subieron a la furgoneta, se miraban indiferentes y no entendían
bien que era aquella locura de un sábado de Navidad. Aquella noche antes de
cenar, aquellos agentes se pasaron por la residencia donde la habían dejado, llevándole
turrón, pavo, gambas y pasteles. Decidieron cenar con ella antes de regresar a
sus casas. Y entre poesías y abrazos se despidieron no sin antes prometerle que
entre todos harían todo lo posible para que pudiera volver aquel barrio donde estaba
toda su vida.
Quién sabe si la
realidad de la vida puede superar al espíritu que la lleva.
ANTONIO DE HARO PÉREZ