viernes, 4 de enero de 2019

LA NAVIDAD EN TUS MANOS


Iba andando sin miedos, con el helor de mis labios apoyándose en mis pensamientos, sin articular palabra alguna, pensaba en por qué la navidad alegraba y entristecía tanto al mismo tiempo. Era sábado, un sábado de Navidad, de esos que no son un sábado cualquiera,  por eso después de estar todo el año trabajando y pagando mi humilde préstamo para poder vivir con techo, me dirigía al desahucio de una vieja amiga que hizo que mi niñez no pasará desapercibida.  Ella fue quien me hizo creer en el amor y en el bien de las personas.

 Como todo en la vida los años le fueron pasando  factura y la sociedad empezó a hacerse grande para ella, no entendía de cuentas y menos de política, ella solo sabía los valores más importantes de la vida, aquellos que llevamos en el corazón, por eso hoy era un mal día para ella. La vida no se detiene ni en Navidad.

 Ya se oía el eco de las voces gritando al doblar la esquina y la gente asomada a los balcones, era una imagen grotesca. Aquella mujer, Matilde para todos los que nos aviamos criado en este barrio, estaba sentada en la puerta de casa y sobre sus piernas llevaba una libreta en la que solía escribir unas maravillosas poesías que luego nos las recitaba cada tarde en la que parecía que la primavera llegará al barrio de nuevo. De repente, fue como si el tiempo se parará ante nosotros y todos entremos en el silencio más dulce jamás contado…



 Por los senderos por donde la Navidad responde

llevando el aliento de la alegría.

 Buscando entre los cascabeles de la vida

el camino que te guie a la felicidad

 Descubres un viejo trineo

que sobrevuela el arcoíris

de los mundos en los que encuentras

todo aquello que amas, amaste y amarás.

 Por donde la fe baja cada Navidad

descubriéndonos el cielo

ese cielo que llevamos dentro

ese cielo en el que están nuestros adentros

 Se oyen los viejos villancicos

que canta el viento

y alegran los momentos.



 Era ella con su voz quebrada por la edad, pero con esa magia que llevaban sus palabras, el tiempo es la cuestión de nuestra existencia, esa maravilla que solo los años nos la da y nos la quita.

 Se oyeron unas sirenas que partían el silencio en trocitos de lágrimas que se deslizaban por nuestras caras, hubo poco más: unos chillidos, algunos empujones y ya la calle quedo desolada, sin sentir aquella presencia que tanto había llenado de alegrías a todos los que allí vivían.

 Solo se supo que aquellos policías luchaban por nada, con sus ojos cristalinos alzaron aquella anciana y la subieron a la furgoneta, se miraban indiferentes y no entendían bien que era aquella locura de un sábado de Navidad. Aquella noche antes de cenar, aquellos agentes se pasaron por la residencia donde la habían dejado, llevándole turrón, pavo, gambas y pasteles. Decidieron cenar con ella antes de regresar a sus casas. Y entre poesías y abrazos se despidieron no sin antes prometerle que entre todos harían todo lo posible para que pudiera volver aquel barrio donde estaba toda su vida.



 Quién sabe si la realidad de la vida puede superar al espíritu que la lleva.



ANTONIO DE HARO PÉREZ